San Miguel y la sanmiguelada

Artículo de José María publicado en el programa de fiestas de San Miguel del año 2003.

En alguna ocasión he escrito del enorme influjo que ha tenido siempre en el mundo del campo la devoción a algunos Santos o advocaciones de la Virgen. Así, si nos centramos en Vicién, para San Gregorio acudimos a su ermita en demanda del agua y bonanza del tiempo para el buen éxito de la cosecha; ahora, para San Miguel, vamos a la iglesia como un gesto de acción de gracias por la protección recibida y los frutos alcanzados. Este es uno de los aspectos importantes a tener en cuenta al celebrar la fiesta de San Miguel.

Y es que la fiesta de San Miguel, nuestro Patrón, está estratégicamente situada en el calendario cristiano entre el final de un ciclo agrario que culmina con la cosecha y recolección de frutos y el inicio de otro que trae consigo el sementero y preparación de tierras y aperos para una nueva campaña productiva.

Con San Miguel viene, venía mejor dicho, la «sanmiguelada». Precisamente por eso de ser punto final de un ciclo e inicio de otro nuevo, en esas fechas de San Miguel tenían lugar en los pueblos del Altoaragón los cambios de sirvientes y sirvientas en las casas importantes; eso es lo que quería decir esa palabra «sanmiguelada»: «Hacían San Miguel», se decía, unos cuantos sirvientes que se despedían de las casas en las que trabajaban; Otros «se afirmaban», es decir, se contrataban en su lugar o para otros amos; Y hasta, con este trasiego de personas, salían noviazgos y casamientos, por ejemplo, entre el mozo mayor de una casa y la criada de la misma o la de la casa de enfrente.

Como estaba fresco el dinero (los duros de lo ajustado el año anterior), tenían lugar en ese día grandes lifaras o merendolas. Mozos-mayores, mozos de jada y chulos por una parte, criadas y mandaderas por otra, todos, ellos con su cabrito asado, ellas con sus chocolatadas hacían de ese día un día grande de fiesta en el pueblo que culminaba en el baile y las canciones, más o menos picarescas, que, alentadas por el tinto, iban saliendo de las gargantas de todos. Y claro que más de uno se «pasaba de vino», decían, dando origen a alguna que otra reyerta. Pero todo se pasaba y, al día siguiente cada cual a sus faenas en las casas para las que se habían afirmado.

Otro aspecto notable de la «sanmiguelada» era la renovación que tenía lugar en algunas casas de labranza de caballerías, cerdos y aperos del campo. Se aprovechaban ferias como las de Ayerbe, Barbastro, Sariñena o Almudévar para comprar alguna mula o yegua joven, o por el contrario vender o cambiar las más viejas o improductivas. También los más previsores comenzaban a adquirir los lechones destinados a la matacía del año siguiente, y algunos hacían ya acopio de «fencejos” horcas y demás aperos de labranza.

En fin, la «sanmiguelada» era como una renovación de personas, animales y cosas que giraban en torno a los quehaceres del campo y de cara ya al sementero y a ese ciclo agrícola al que me refería al principio.

Todo esto son recuerdos y divagaciones que se me han ocurrido al mirar el calendario y contemplar ese 29 de Septiembre, SAN MIGUEL, que nos disponemos a celebrar.

¡FELICES FIESTAS!
JOSE MARIA
Programa de fiestas San Miguel 2003.

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